viernes, 27 de febrero de 2009

Raindrops keep falling...



Por esas cosas que pasan, de repente, brotó en mi la desazón y el tormento de los momentos inciertos por si me abandonaba al albur del destino. Había algo dentro de mí que me empujaba a que no me guardara eso. Tan sólo quería conocer si existía, sin más pretensión, en un principio, que la de saber de ella ¿A quién podría herir yo por un simple saludo? Realmente no quería comenzar un diálogo estéril e imposible por nuestras circunstancias ya consolidadas desde hacía más de una década:

- "No es ni una tremenda locura, ni siquiera una ligereza propia de un imprudente impúberzuelo", me repetía constantemente para intentar justificarme.

Intuía, por lo visto en la Red, que ella vivía desde hacía mucho tiempo en un presente maravilloso. “Igual que el mío”, pensé, aunque en ese tiempo no osara, ni oso, quizá por precaución, a calificarlo como extraordinario. Por eso me extraña, todavía (o no), que en esos instantes inusitados para esta alma casi atormentada hubiera algo que me empujara a romper con todos los cánones de la cordura. Para mí, que nunca me he considerado ni un ejemplo de intrepidez, ni mucho menos de ser un locuaz aventurero, el mero hecho de dar un paso hacia el abismo de lo desconocido me causaba un pavor infinito.

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