jueves, 26 de febrero de 2009

For once in my life

Y pasaron los días, las semanas y los meses... Sucedió lo que normalmente ocurre en casos como éste: un silencio atronador que me condujo, poco a poco y de nuevo, a la extraña normalidad que estaba viviendo.

Pero hete tú aquí que, transcurrida esa enajenación pasajera, cuando se había enfriado la calentura de los juegos que conducen a ella, y ya en la decrepitud del año que se fue, se me apareció en una tarde fría y triste; triste, pero festiva; más concrétamente en el último día del año. Cuántas veces había deseado ese momento y qué pronto había llegado aunque hubieran pasados ya varios meses.

La coincidencia podría haberla envuelto con el velo de lo místico, la casuística y la numerología; podría haberle puesto apellido y tratarla como el epílogo a un año dedicado a ella, siempre desde ese prisma decimonónico que escondo algunas veces hasta de mí. Pero me limité, simplemente, a intimarlo todo con una media y estoica sonrisa...

El encuentro fue como la tarde: silente pese al murmullo. Había llegado a tal extremo que nunca imaginé que era capaz de hacerse carne y que realmente habitara entre nosotros. De ahí mi media sonrisa, esa que discurre entre lo patético y la sorpresa, y de ahí, como no, la segura sonrojez de mis mejillas, el gusanillo en el estomago y la típica flojedad en las piernas de los encuentros importantes. Yo iba cogido de la mano de mi niño y no él de mí, que es como verdaderamente sucede la mayoría de veces. Ella, se me apareció conduciendo un carricoche de bebé, sin más, desde el fondo del escenario, haciendo mutis, pero al revés. Nos saludamos extrañados y nos preguntamos por nuestras vidas en unos breves y, sin embargo, sempiternos segundos. Yo sabía más de ella que ella de mí, y quizás por ello, fui incapaz de susurrarle nada al oído:

–“Bobby Darin, pensé, estará en el Savoy tomándose un whisky con Alvite y Enrnie Loquasto”...

Nos deseamos un buen año, como el que se desea un feliz todo. Y nos despedimos...

De regreso, sin dejar de mirar hacia atrás, pero sin mirar, me vino a la memoria el inicio de la carta anónima que le escribí al aproximarse los idus de marzo:


“No sé que tienen algunos hombres que al alcanzar la felicidad plena quieren encima que le bese la Luna...



1 comentario:

  1. Qué blog tan maravilloso, Mr. Rutland... le enlazo desde mi Wunderkammer.

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