viernes, 27 de febrero de 2009

Raindrops keep falling...



Por esas cosas que pasan, de repente, brotó en mi la desazón y el tormento de los momentos inciertos por si me abandonaba al albur del destino. Había algo dentro de mí que me empujaba a que no me guardara eso. Tan sólo quería conocer si existía, sin más pretensión, en un principio, que la de saber de ella ¿A quién podría herir yo por un simple saludo? Realmente no quería comenzar un diálogo estéril e imposible por nuestras circunstancias ya consolidadas desde hacía más de una década:

- "No es ni una tremenda locura, ni siquiera una ligereza propia de un imprudente impúberzuelo", me repetía constantemente para intentar justificarme.

Intuía, por lo visto en la Red, que ella vivía desde hacía mucho tiempo en un presente maravilloso. “Igual que el mío”, pensé, aunque en ese tiempo no osara, ni oso, quizá por precaución, a calificarlo como extraordinario. Por eso me extraña, todavía (o no), que en esos instantes inusitados para esta alma casi atormentada hubiera algo que me empujara a romper con todos los cánones de la cordura. Para mí, que nunca me he considerado ni un ejemplo de intrepidez, ni mucho menos de ser un locuaz aventurero, el mero hecho de dar un paso hacia el abismo de lo desconocido me causaba un pavor infinito.

jueves, 26 de febrero de 2009

For once in my life

Y pasaron los días, las semanas y los meses... Sucedió lo que normalmente ocurre en casos como éste: un silencio atronador que me condujo, poco a poco y de nuevo, a la extraña normalidad que estaba viviendo.

Pero hete tú aquí que, transcurrida esa enajenación pasajera, cuando se había enfriado la calentura de los juegos que conducen a ella, y ya en la decrepitud del año que se fue, se me apareció en una tarde fría y triste; triste, pero festiva; más concrétamente en el último día del año. Cuántas veces había deseado ese momento y qué pronto había llegado aunque hubieran pasados ya varios meses.

La coincidencia podría haberla envuelto con el velo de lo místico, la casuística y la numerología; podría haberle puesto apellido y tratarla como el epílogo a un año dedicado a ella, siempre desde ese prisma decimonónico que escondo algunas veces hasta de mí. Pero me limité, simplemente, a intimarlo todo con una media y estoica sonrisa...

El encuentro fue como la tarde: silente pese al murmullo. Había llegado a tal extremo que nunca imaginé que era capaz de hacerse carne y que realmente habitara entre nosotros. De ahí mi media sonrisa, esa que discurre entre lo patético y la sorpresa, y de ahí, como no, la segura sonrojez de mis mejillas, el gusanillo en el estomago y la típica flojedad en las piernas de los encuentros importantes. Yo iba cogido de la mano de mi niño y no él de mí, que es como verdaderamente sucede la mayoría de veces. Ella, se me apareció conduciendo un carricoche de bebé, sin más, desde el fondo del escenario, haciendo mutis, pero al revés. Nos saludamos extrañados y nos preguntamos por nuestras vidas en unos breves y, sin embargo, sempiternos segundos. Yo sabía más de ella que ella de mí, y quizás por ello, fui incapaz de susurrarle nada al oído:

–“Bobby Darin, pensé, estará en el Savoy tomándose un whisky con Alvite y Enrnie Loquasto”...

Nos deseamos un buen año, como el que se desea un feliz todo. Y nos despedimos...

De regreso, sin dejar de mirar hacia atrás, pero sin mirar, me vino a la memoria el inicio de la carta anónima que le escribí al aproximarse los idus de marzo:


“No sé que tienen algunos hombres que al alcanzar la felicidad plena quieren encima que le bese la Luna...



martes, 24 de febrero de 2009

La vie en rose





Hace un año le escribí al firmamento. No esperaba nada de la nada. Un día, sin embargo, sin saber por qué, sonó al fondo tenuemente una música de película que me dejó en paz conmigo mismo. Fue tan solo un instante.

El guiño me tranquilizó al saber que al otro lado la vida felizmente continuaba. Dos caminos paralelos, muy distanciados, pero que al menos en mi caso todavía me venía de vez en cuando a la memoria. Deseaba, entrañablemente y sin más, que le fuera tan bien como me iba a mí transitando por el mío.

miércoles, 18 de febrero de 2009

La Luna

"No sé que tienen algunos hombres que al alcanzar la felicidad plena quieren encima que le bese la Luna.

Existe una estrella que, aun brillando mucho al haber formado parte de tu vida, no te das cuenta que ha estado ahí hasta que una noche vuelves a mirar al cielo.

Y a lo que tan solo aspiras, tras el paso del tiempo y la felicidad conseguida, es que cada vez que vuelvas a levantar la mirada puedas llegar a reconocerla, para que con los ojos vidriosos por la lágrima contenida puedas decirle desde el infinito que hay momentos en los que todavía te acuerdas de ella.

Una aspiración sencilla, ya que lo menos que te apetece es que cambie el status quo del firmamento. Y por ello, cuando te acercas de puntillas a la balaustrada que te separa del abismo que oscurece la noche, lo intentas hacer con el sigilo necesario para no despertar a los sueños de su eterno letargo;  porque los sueños, sueños son y hay que dejarlos tranquilos. Pero es inevitable sujetar, una vez has llegado allí, el grito sordo que se te escapa del alma para ver si el eco te responde. Es tan solo para comprobar que sigue vivo y que ha perdonado aquella vez en la que contestó, pero fue despreciado con el silencio.

Me despido con el deseo de que la vida te sonría como lo hace conmigo y con la esperanza de que la imagen de un encuentro casual por la calle, mientras llevo cogido de la mano a mi niño y con el murmullo de fondo de "Beyond the sea", cantada por el gran Bobby Darin, se quede en el mundo de lo onírico, porque sé que, si los sueños se hacen alguna vez realidad, seré incapaz de susurrarte al oído que fui yo el Cary Grant que un día te vió brillar en el firmamento. Aquel hombre feliz que un día quiso que le besara la Luna".