Fue verla y volver a tener literatura el resto del año.
Ya se ha convertido en una tradición. El último día del año casi siempre está dedicado a ella. Me asomaba por la ventana en las últimas horas de los años anteriores por si se volvía a repetir aquel episodio que hace tiempo ya relaté por aquí. Llevaba varios en los que la suerte no me acompañó, sin embargo, en este final de año sí que lo ha hecho. Al menos, la inmensa fortuna de volverla a ver.
Radiante, como siempre, disfrutaba de un sol que en Murcia en invierno es un regalo del cielo. La vi de lejos y estaba acompañada por su familia, feliz. Yo había bajado a comprar algo que habíamos olvidado en la verdulería de nuestra plaza. Fue una bonita casualidad. Ellos recogían sus cosas y abrigaban a los niños, pues acababan de terminar de disfrutar de un aperitivo.
No me atreví a acercarme. Creo que no me vió. Mi primer impulso fue el de no estropear la estampa tan familiar que representaban. Seguí viéndola desde la distancia, pero ahora mucho más cerca. Y creo que acerté. Fue una pequeña metáfora de lo que siempre me ha pasado con ella durante todos estos últimos años. Me dediqué a disfrutar de su felicidad compartida con sus hijos y su marido. Como hasta ahora.
Y esta vez no sonó ninguna melodía, ni empezó a latir el corazón a un ritmo desmedido.
Fue al día siguiente, en un minuto de soledad, cuando...
Ya se ha convertido en una tradición. El último día del año casi siempre está dedicado a ella. Me asomaba por la ventana en las últimas horas de los años anteriores por si se volvía a repetir aquel episodio que hace tiempo ya relaté por aquí. Llevaba varios en los que la suerte no me acompañó, sin embargo, en este final de año sí que lo ha hecho. Al menos, la inmensa fortuna de volverla a ver.
Radiante, como siempre, disfrutaba de un sol que en Murcia en invierno es un regalo del cielo. La vi de lejos y estaba acompañada por su familia, feliz. Yo había bajado a comprar algo que habíamos olvidado en la verdulería de nuestra plaza. Fue una bonita casualidad. Ellos recogían sus cosas y abrigaban a los niños, pues acababan de terminar de disfrutar de un aperitivo.
No me atreví a acercarme. Creo que no me vió. Mi primer impulso fue el de no estropear la estampa tan familiar que representaban. Seguí viéndola desde la distancia, pero ahora mucho más cerca. Y creo que acerté. Fue una pequeña metáfora de lo que siempre me ha pasado con ella durante todos estos últimos años. Me dediqué a disfrutar de su felicidad compartida con sus hijos y su marido. Como hasta ahora.
Y esta vez no sonó ninguna melodía, ni empezó a latir el corazón a un ritmo desmedido.
Fue al día siguiente, en un minuto de soledad, cuando...